Dijous 21 de Setembre
Èxode 23 i 24
Nadie se presentará ante mí con las manos vacías.
Este
capítulo, entre otras cosas, habla de la instauración de las diferentes fiestas
que Israel debía celebrar en honor el Señor. Es precisamente en este contexto
que Dios da este mandamiento. Si tenemos en cuenta que los acontecimientos del
Sinaí narran el comienzo de Israel como nación, aquello que se establece al
comienzo es muy importante porque marca la pauta de lo que será o debería de
ser natural en la vida del naciente país.
Me
ha hecho pensar que aquí hay un principio espiritual muy importante, el
principio de la gratitud hacia el Señor por todo aquello recibido de Él y que
debería de trasladarse en una actitud de no presentarnos ante Dios con las
manos vacías, antes al contrario, llevarle a Él lo mejor que disponemos.
Nuestras
manos pueden estar llenas de dinero, de tiempo, de nuestros dones, de nuestro
servicio, de nuestra disponibilidad, de nuestra entrega a otros, de.... cada
uno de nosotros sabe qué puede y qué debe traer ante Dios para que
ofrendarlo.
Estamos
acostumbrados a acercarnos al Señor para recibir, rara vez para dar. Lo
percibimos con una máquina expendedora de bendiciones de todo tipo -a ser
posible materiales- no como el merecedor de recibir todo lo bueno y mejor que
poseemos.
Sube a encontrarte conmigo en la montaña.
Esta
fue la invitación que Moisés recibió de parte del Señor ¡Qué privilegio!
encontrarse a solas con el creador y sustentador de todo el universo. Me
recuerda los pasajes del Nuevo Testamento en los que se indica que Jesús marchó
también a la montaña para encontrarse con el Señor.
Desde
hace más de 25 años la montaña de la fotografía -Montserrat- es el lugar
especial que uso para encontrarme con el Señor. Soy consciente que Él está en
todos los lugares y no trato, ni mucho menos, de indicar que es preciso marchar
a una montaña para tener un tiempo especial con Dios, sin embargo, en mi
experiencia, salir de la ciudad, alejarme de la vorágine de la vida cotidiana,
es algo fundamental para poder centrarme en Dios, pasar tiempo con Él, analizar
mi vida, volver a tomar perspectiva y distancia. Para mí es una necesidad, no
es un lujo.
Pero lo que quiero
enfatizar, más allá del lugar, es el principio. El principio de apartarse, de
tomar tiempo de calidad y concentrado con el Señor, para estar con Él y por Él,
sin las distracciones de la vida cotidiana, sin las prisas ni las urgencias ni
las demandas del día a día.
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